Las “Siete plagas de Egipto” se verían como un pequeño e insignificante resfriado si las comparásemos con lo que le ha caído a nuestra sufrida Venezuela, una piñata a la que nos hemos cansado de darle palo parejo, no a partir de la llegada de Castro a nuestro país, sino mucho antes de que el castro-estalinismo pusiera pie en suelo patrio.
Hemos dejado siempre la libertad de Venezuela en manos ajenas a las nuestras. Primero pensamos que serían los “americanos” quienes nos iban a liberar de la pesadilla, a cuenta del petróleo y toda esa “chochada” (esa paja, como se dice en Nicaragua). Luego nos emocionamos con “la comunidad internacional”, con la O.E.A., con la O.N.U. y hasta con la “Asociación de Ancianas Indefensas de Katmandú”.
Pusimos nuestras esperanzas en Fedecámaras, en los muchachos de PDVSA, en los capitanes de los barcos petroleros venezolanos, en los medios de comunicación con sus respectivos periodistas y analistas, en nuestros políticos, en todas las vírgenes y, ahora: en nuestros estudiantes con sus palmas pintadas de un blanco puro y angelical.
Hemos intentado derrocar al régimen con paros, firmazos, re-firmazos, mesas de negociaciones y acuerdos, marchas, manifestaciones de todo tipo, calistenia, ciclomarchas, caimaneras de futbolito con “el soberano”, bailoterapías, elecciones, “plebiscitos” y referendos.
El día en que nos sublevamos, cuando ya teníamos al régimen buscando el palo en el cual ahorcarse, salieron por ahí “nuestros” líderes y nos chalequearon la única y verdadera opción que tuvimos de recuperar a Venezuela. Esos mismos líderes que nos traicionaron y nos han llevado por la ruta del más impresionante “guaraleo”, son los mismos que pretenden, con el cheque en blanco que les da la sociedad civil demócrata, continuar la “guerra” hacia la libertad. ¡Estamos mal!
Es cierto: ya perdimos a Venezuela, pero eso no quiere decir que no la podamos recuperar. Se requiere, sin embargo, de un profundo análisis interno, no por parte de la “oposición”, por parte de cada uno de nosotros. Preguntarnos si en verdad estamos interesados y dispuestos a recuperar la patria, o si – por el contrario – nuestras intenciones son las de ver cómo capoteamos esta tormenta, confiando en que algún día nos salga el sol… por allá lejos.
Hermanos venezolanos. La libertad, dejémonos de cuentos chinos, es como decía el apóstol José Martí, sumamente costosa. Debemos, todos, estar dispuestos a luchar por ella o, por el contrario, a acostumbrarnos a vivir sin ella.
Deseándoles la mayor suerte de este mundo,
Robert Alonso
Miami, mayo de 2009
II Edición
Hemos dejado siempre la libertad de Venezuela en manos ajenas a las nuestras. Primero pensamos que serían los “americanos” quienes nos iban a liberar de la pesadilla, a cuenta del petróleo y toda esa “chochada” (esa paja, como se dice en Nicaragua). Luego nos emocionamos con “la comunidad internacional”, con la O.E.A., con la O.N.U. y hasta con la “Asociación de Ancianas Indefensas de Katmandú”.
Pusimos nuestras esperanzas en Fedecámaras, en los muchachos de PDVSA, en los capitanes de los barcos petroleros venezolanos, en los medios de comunicación con sus respectivos periodistas y analistas, en nuestros políticos, en todas las vírgenes y, ahora: en nuestros estudiantes con sus palmas pintadas de un blanco puro y angelical.
Hemos intentado derrocar al régimen con paros, firmazos, re-firmazos, mesas de negociaciones y acuerdos, marchas, manifestaciones de todo tipo, calistenia, ciclomarchas, caimaneras de futbolito con “el soberano”, bailoterapías, elecciones, “plebiscitos” y referendos.
El día en que nos sublevamos, cuando ya teníamos al régimen buscando el palo en el cual ahorcarse, salieron por ahí “nuestros” líderes y nos chalequearon la única y verdadera opción que tuvimos de recuperar a Venezuela. Esos mismos líderes que nos traicionaron y nos han llevado por la ruta del más impresionante “guaraleo”, son los mismos que pretenden, con el cheque en blanco que les da la sociedad civil demócrata, continuar la “guerra” hacia la libertad. ¡Estamos mal!
Es cierto: ya perdimos a Venezuela, pero eso no quiere decir que no la podamos recuperar. Se requiere, sin embargo, de un profundo análisis interno, no por parte de la “oposición”, por parte de cada uno de nosotros. Preguntarnos si en verdad estamos interesados y dispuestos a recuperar la patria, o si – por el contrario – nuestras intenciones son las de ver cómo capoteamos esta tormenta, confiando en que algún día nos salga el sol… por allá lejos.
Hermanos venezolanos. La libertad, dejémonos de cuentos chinos, es como decía el apóstol José Martí, sumamente costosa. Debemos, todos, estar dispuestos a luchar por ella o, por el contrario, a acostumbrarnos a vivir sin ella.
Deseándoles la mayor suerte de este mundo,
Robert Alonso
Miami, mayo de 2009
II Edición